Las personas que se cruzan en nuestra vida
Cuando alguien se va de nuestra vida, no se va del todo, ya nos dejó lo que tenía que dejar. ¿Por qué lo digo? Si te pones a pensar hay muchas cosas que conservas (tangibles o intangibles) de personas que ya no están en tu vida, ya sea porque su camino era en otra dirección o partió de este mundo terrenal. Yo te puedo contar que una parte de la firma que ocupo para todos mis documentos fue en honor a un antiguo amor adolescente; a mi cantante favorita, Laura Pausini, la escuché gracias a una vecina que ahora vive en el otro lado del mundo; todavía recuerdo los primeros elementos de la tabla periódica porque un maestro de la secundaria nos hacía repetirla diariamente; aprendí a leer pronto porque mi hermano tuvo la paciencia de enseñarme cuando tenía 4 años; mi mejor maestro de manejo fue el hermano de una amiga francesa que vino de vacaciones un par de días y jamás lo he vuelto a ver; y hoy en día a mi hijo le doy las buenas noches con una palabra extraña derivada de algo que nos decía mi papá para despedirse. Y bueno, puedo seguir contando un largo etcétera.
Es hermoso que tengamos esa trascendencia en la vida de otros. Nos hace inmortales en la memoria de quien dejamos algo. Aunque al principio cuando perdemos a alguien no logramos ver con claridad esto, conforme pasa el tiempo es cuando nos aferramos a los recuerdos para levantarnos y poder sonreír a pesar de la ausencia. La tristeza se empieza sentir como una melancolía dulce que no aprisiona el corazón y empezamos a ver lo que dejó como una bendición.
Cierra los ojos y piensa qué conservas de esa persona especial que ya no está contigo. Algunas cosas materiales como un regalo, frases que decía, algún consejo, un chiste, el recuerdo de su sonrisa, sus ojos que heredaste, una receta de cocina, la foto de ese viaje que hicieron juntos… ¡En cuántas cosas lo podemos seguir viendo!
Algo que también sucede es que hay amigos que entran a tu vida y después por diferentes circunstancias perdemos el contacto, nos distanciamos o no duró la amistad. No es que se trate de un mal amigo. La gente puede cambiar de ubicación, de intereses, de hábitos y no está mal. Toma lo que dejó ese amigo o esa amiga y conserva ese bonito sentimiento de amistad con la alegría de que sucedió, de que se cruzaron en la vida y de que compartieron momentos bellos. Somos lo que vivimos y con quién lo vivimos. En pequeña o gran medida vamos dejando huella para el momento de no estar en la vida de alguien. Y esto es parte de la reflexión que te dejo: ¿Qué marca estoy dejando? ¿Cómo trascenderá mi vida cuando yo no esté? Si somos conscientes de la energía que dejamos, fomentamos en nosotros el deseo de actuar con humanidad.